Nunca he sido adicta al tabaco, y siempre he estado rodeado de él.
Contigo me volví adicta, adicta a ti y al cigarrillo de después del sexo.
Te conocí un verano, yo era aún una estudiante y tu una mujer experimentada, me pusiste el ojo encima, supongo que porque a la vez yo lo tenía puesto también en ti. Estaba agobiada por el calor, por la musica y por la aglomeración del lugar. Leíste mi malestar y te sonreías y me sonreías de manera burlona. Bajé la mirada avergonzada por tu mirada directa y traté de refugiarme en el baño pero tú me seguiste sin ser yo consciente de ello así que al salir me llevé una gran sorpresa al verte. Me puse roja y no acerté a reaccionar.
Pronto te hiciste cargo de la situación:
"Pareces un pingüino en el desierto."
"Gracias" acerté a responder con una risita nerviosa con tal situación.
"¿Vamos fuera?"
Te seguí dócilmente y fascinada por tu persona.
"Creo que ninguna de las dos está a gusto"
Asentí, miré hacia dentro buscando con la mirada a mis amigas que ni se habían percatado que había desaparecido y resoplé.
Reíste de buena gana y miraste hacia dentro buscando a un hombre hablando con otro.
"A mí tampoco me echan de menos"
Por tu sonrisa no me pareció que te importara en absoluto.
Me contaste que estabas con tu marido y un amigo de él, me dijiste que tenías ganas de divertirte y acabar bien la noche pero ese amigo lo había fastidiado todo.
"Hasta que te vi a ti"
Tu sonrisa descarada volvió a sonrojarme pero me gustaba... Me gustaba tu sonrisa y tu ironía.
"Quisiera invitarte a mi casa, si te apetece..."
"¿Y tu marido?"
"Tardará mucho en venir"
Me besaste la mejilla, me cogiste la mano y me llevaste a buscar un taxi. Una vez dentro ambas avisamos a nuestras compañías de que no se preocuparan de nosotras.
Sentada a tu lado pude oler tu perfume y contemplarte de perfil, admirar tu cuidada melena castaña oscura, tus labios grosella bien perfilados, tus largas pestañas, tus bonitas piernas y tu envidiable silueta.
Sin mirarme me tiraste de un mechón de pelo con picardía con tu eterna sonrisa irónica de dientes inmaculados. Me parecías perfecta.
Llegamos a tu casa y te metiste en el baño mientras me dejabas darme una vuelta por tu apartamento. Decorado con buen gusto pero sencillo y funcional.
Saliste envuelta en una toalla negra y me besaste los labios.
"Estás cómoda?"
Asentí con la cabeza admirada al ver tu cuerpo semi desnudo.
"Quisiera darme una ducha yo también" Acerté a decir.
Levantaste una ceja y volviste a sonreír.
"No te hace falta, eres pura"
Miraste mis bambas que yacían en el suelo que me había quitado sin desanudar y me subieron nuevamente los colores.
Tomaste mi mano y me llevaste a tu habitación, donde muy lentamente me desnudaste entera. Me besaste y acariciaste los hombros, con tu mano abarcaste mi cuello y nuca, llegaste a mi cabello enredando tus dedos en él. Dócilmente me dejaba hacer, tomaste mi barbilla y acercaste tus labios a los míos fundiéndose en un beso largo y húmedo.
Volviste a mis hombros y empezaste a besar mis pecas y lunares bajando por mi espalda, me invitaste a tumbarme encima de la cama con la espalda reposando en el colchón con las piernas abiertas y flexionadas para contemplarme con tranquilidad y largamente.
Te tomaste tu tiempo para acariciarme y darme placer, hasta que te deshiciste de tu toalla y acercaste tu cuerpo al mío, nos fundimos en un abrazo, y tus caricias se volvieron más intensas y continuaste con tus labios, tu lengua hasta descubrir mi sexo, jugaste con mis labios y mi monte, sonreíste al notarme húmeda, después de un buen rato de juego introduciste con habilidad un par de dedos en mi vagina y seguiste, seguiste, seguiste con tus dedos dentro de mi y tu lengua en mi clítoris hasta que exploté...
Seguidamente te tumbaste a mi lado y nos dimos un largo abrazo, entrelazamos las piernas y jugamos así un buen rato mientras no parábamos de besarnos. Tus besos húmedos provocaban que tu saliva regalimara por mi cara y sentía como a la vez se humedecían nuestro sexos y nuestros muslos mientras nos frotábamos, entonces bajé por tu cuello y lamí tus senos, tu cintura y tu cadera con deleite y devoción hasta que llegué a tu sexo que besé, mordí, lamí hasta que empezaste a temblar y entre suspiros cada vez más intensos y el subir y bajar de tu pecho acelarado por la respiración acabó desenbocándote en un fuerte orgasmo.
Terminamos exhaustas, entonces abriste el cajón de la mesilla de noche y encendiste un cigarrillo, después de una calada me miraste:
"¿Quieres?"
Acepté y lo compartimos. Estuvimos hablando largo rato, de tu vida y la mía. Así me enteré que eras profesora de literatura y me hiciste recordar mi buena relación con mis anteriores profesoras. Me recomendaste libros y me corregías a menudo con esa mirada y esa sonrisa socarrona. ¡Te encantaba picarme!
Eso solo fue el principio de una relación que duraría año y medio. Siempre quedábamos cuando a ti te iba bien: solo dos veces por semana, hasta en eso eras perfecta y precisa. Paseábamos. comíamos juntas, íbamos al cine, al teatro, bibliotecas, librerías, museos y en tu apartamento solo querías sexo y cigarrillos. Así me lo decías claramente.
Tenía prohibido besarte en público por la calle o coger tu mano, como mucho me llegaste a tomar del brazo en alguna ocasión pero como dos buenas amigas, nada más.
Recuerdo un día que quise ponerme especialmente bonita para ir a verte. No podía evitar sentirme un patito feo a tu lado, una perro flautas...
Me esmeré mucho en vestirme, perfumarme, maquillarme e ir a la peluquería a alisar mi cabello indomable. Quería causarte una buena impresión.
Ese día estuviste muy seria y ausente hasta que llegamos a tu apartamento.
"¿Qué te ocurre?" Pregunté preocupada
"¿Qué te ocurre a ti? ¿De qué te has disfrazado?"
Me quedé boquiabierta y te expliqué me había arreglado para ti expresamente para darte una sorpresa.
"Pues lo has conseguido boba" y me tiraste del pelo como solías hacer para picarme "¿Ves? No es lo mismo... Tus rizos se prestaban a los tirones"
Me tomaste de la mano y me llevaste al baño, me desnudaste, me desmaquillaste, me quitaste el esmalte de las uñas, finalmente te metiste en la bañera conmigo y mientras me lavabas el pelo empezaste a sollozar.
"Me gustas, me gustas porque no eres como yo, "
Llorabas amargamente y repetías "No quiero que seas como yo, tú eres libre"
Entonces observé con horror tu cuerpo lleno de morados.
"Quién te ha hecho eso? "Grité enfurecida "¿Ha sido él? ¿Te pone la mano encima?"
"No lo entenderías"
"¡Prueba a ver!" Me costaba respirar al hacer un esfuerzo por no llorar. Ella era la fuerte, mi maestra,no podía soportar verla en esas condiciones, no lo iba a permitir..
Tuve que permitirlo y no lo entendí jamás. Llevabas tiempo aguantando malos tratos de tu marido y ya denunciaste alguna vez pero volvíais con la promesa que él cambiaría.
Te supliqué que dejaras a tu marido y que vinieras conmigo.
Por aquel entonces perdí la cuenta de las veces te dije te quiero y tu respuesta era dar una calada a ese cigarrillo con la mirada perdida.
Yo me contentaba con pasar dos días a la semana a tu lado, al menos me convencía que estabas bien cuando estábamos juntas y sufría mucho cuando te sabía con él.
Un día perdiste la paciencia.
"Sigue tu camino" Me espetaste"No quiero hacerte perder el tiempo. No me gustan las mujeres."
"A mi tampoco" Grité echa un mar de lágrimas"También me gustan los hombres, pero me gustas tú y no puedo evitarlo"
Te quedaste estupefacta, todo ese tiempo habías pensado que me gustaban solamente las mujeres, que yo era lesbiana.
Entendí que me había vuelto adicta a ti... Así lo comprendiste.
Cortaste la relación por lo sano y nos despedimos entre besos y lágrimas. Para mí fue súper doloroso, echaba de menos tu sonrisa, tus tirones de pelo, tus conversaciones, el calor y el abrazo de tu cuerpo y a aquellos cigarrillos compartidos después del sexo.
Tanto era mi adicción y mi vacío que empecé a tener sexo con cualquiera, me volví una promiscua sin control y siempre llevaba un paquete de cigarrillos encima. No importaba si la persona me gustaba o no, o si disfrutaba de la relación, únicamente quería descubrir mi identidad sexual y al acabar fumarme ese cigarrillo en silencio con la mirada perdida. Mis relaciones por entonces terminaban al consumirse el cigarrillo.
Al cabo de un año, un buen día te vi por la calle, ibas cogida del brazo de una mujer, me viste, me sonreíste a lo lejos, me levantaste una ceja de manera cómplice, te detuviste y besaste aquella mujer.
Así supe que ya no estabas con tu marido, que eras libre y de alguna manera habías encaminado una nueva vida. Jugué con un mechón de mis rizos mientras te miraba extasiada y nostálgica a la vez, sentí aquel beso como si fuese dirigido a mí y me conformé al verte feliz. Nos dedicamos una última sonrisa y nos alejamos, No solo pude despedirme de ti sino que pude apagar por fin aquel maldito cigarrillo que tanto me quemaba por dentro.