Fue en un autocar de regreso a Barcelona, un domingo por la tarde, cuando volvía de pasar un fin de semana en Zaragoza, subí al autocar a primera hora de la tarde y agradecí que estuviera tan vacío, nada que ver con el trayecto de ida.
Me fui al fondo del autocar buscando aislamiento y una ventana, como yo, otra chica había hecho lo propio y ocupaba la ventana derecha, así, que yo me puse a la izquierda.
Al poco rato saqué mis cascos para escuchar música y un libro para leer ignorando la película que emitía el televisor.
Era un viaje largo y al rato tuve que cerrar el libro, mi cabezonería siempre me lleva marearme en los autocares. Quitándome los cascos me puse a masticar un chicle y cerré los ojos un rato hasta que me sentí mejor.
Intenté concentrarme en la película y no podía, me sentía inquieta. Me puse de nuevo a escuchar música y a mirar por la ventana, pero al rato algo me alertó, no sabía bien el qué y miré hacia delante. Todo iba con normalidad, así, que me volví hacia la ventana de nuevo, pero esa sensación de alerta me devolvió de nuevo al autocar, entonces, de reojo percibí movimiento, me volví hacia la chica de mi lado que seguía mirando por la ventana, de vez en cuando miraba el móvil, parecía inquieta.
Intenté concentrarme en la música, pero la curiosidad me podía.
Apagué la música y en silencio traté de observarla, pronto la escuché sorbiendo la nariz, estaba llorando.
Me compadecí de ella y traté de calmarla en silencio, abrazarla y darle ánimos. Estuvimos una hora así de vez en cuando se apaciguaba, pero al rato volvía, no podía dominarse y las lágrimas pronto afloraron, lloraba en silencio, se limpiaba las lágrimas con las manos y sorbía por la nariz sin cesar. Busqué en mi mochila y saqué un paquete de pañuelos, dubitativa en sí acercarme o no.
La gente seguía con lo suyo, miraban la película, dormitaban y los que se conocían charlaban entre ellos. Estuve un rato peleando conmigo misma, jugando con el paquete de pañuelos y mirándola con disimulo, de reojo.
La veía de perfil, veía su nariz aguileña, su cabello muy largo y liso castaño caer alrededor de su rostro como una cortina y el flequillo que le caía sobre los ojos y que ella apartaba una y otra vez.
Decidí acercarme, su pena me invadía y creía tener una buena excusa con los pañuelos.
Me acerqué despacio para no turbarla y me senté a su lado, ella estaba absorta mirando por la ventana contemplando su tristeza.
Puse mi mano sobre su hombro con suavidad y ella se volvió sorprendida, sus ojos eran castaños, entonces, observé con admiración su rostro y admiré sus largas piernas, sus brazos largos y perfilados hombros.
Le ofrecí mi paquete de pañuelos en silencio, ella asintió y los cogió agradecida.
“Tranquila” acerté a susurrar.
Apoyé mi mano en su muslo y ella empezó a llorar de nuevo así que se me ocurrió rodearla con mi brazo. Su fragilidad me conmovía y despertaba ternura en mí. Le acariciaba el cabello, se lo peinaba con mis manos y mis dedos, la ayudaba a secar sus lágrimas y la recosté a mi hombro. No hablamos, no mediamos palabra.
Ella se durmió agotada mientras la acariciaba. La contemplé a mi antojo, sin prisas, con curiosidad.
Nunca había tenido una mujer tan cerca, no de este modo…
Admiré lo larga que era, su rostro pequeño, sus cejas pobladas, sus largas y espesas pestañas y recordé el color de sus ojos pardos.
Era una mujer ave.
Podría ser perfectamente una cigüeña solitaria en lo alto de un campanario o un gorrión recogido en su nido.
Me sorprendió la cantidad de vello en su rostro, un vello fino, sedoso y aterciopelado al tacto imaginé.
Era mi chica pájaro.
De largas piernas y brazos, de manos y pies largos y dedos en garras, era un placer acariciar el vello de su rostro, de sus brazos, empezaba a sentir el deseo de besarla.
Ella despertó sobresaltada, y me pidió unas disculpas, me encantó su voz de pajarillo.
-Nunca me había sucedido esto
-A mí tampoco- Aseguré.
-He roto con una relación de cinco años-
Asentí comprensiva.
-Me he quedado sola.
Me conmovió, me apiadé de su soledad. Tomé su mano, se la apreté con suavidad y miré sus ojos pardos.
El autocar llegó a su destino y bajamos a buscar nuestras pertenencias en silencio.
En el momento de la despedida nos miramos, ¡que larga y esbelta era!, cuello de cisne, piernas de cigüeña, rostro de gorrión…
-Ven a mi casa- ofrecí -Podemos pasar el resto del domingo juntas, no estarás sola-
Me miró y observó en silencio, miró su equipaje, finalmente alargó el brazo y me ofreció su mano. Nos sonreímos.
Caminamos por la avenida que lleva hasta mi casa.
-Aquí es, yo también estoy sola
Cogimos el ascensor mientras no dejábamos de observarnos en silencio.
Las maletas cayeron en la entrada y ella voló libremente por todo el piso abriendo todas las puertas, armarios, entraba y salía de las habitaciones… Sonreía y se reía, se la veía libre, feliz, divertida, traviesa…
-Me gustaría darme un baño- dijo al ver la bañera.
-A mí también- Sonreí al verla tan desenvuelta.
Mientras la bañera se iba llenando nos desnudábamos la una a la otra, nos contemplamos, nos reseguimos con la mirada y con nuestras manos. Me fascinaba su cuerpo largo de cigüeña.
Vaciamos la botella de jabón dentro de la bañera y entramos, la enjaboné entera, enjaboné su cuerpo y su cabeza y así empezamos a acariciarnos y a tocarnos, solo hablaban nuestras miradas y me alivió que la pena desapareciera por fin de su rostro.
Salimos de la bañera y nos secamos con esmero, nos tendimos en la cama y acariciamos y besamos nuestras pieles secas, la tumbé bocabajo y primero reseguí su cuerpo con mis manos, su piel, se estremecía y al acostumbrarse a mis caricias se suavizaba y desprendía su aroma natural, su perfume de ave silvestre.
Sus arrullos de paloma llenaban la habitación y cambié las caricias por mi boca, quería saborear ese tacto aterciopelado y caliente de su piel.
Cuando se dio la vuelta nos besamos tiernamente, nos abrazamos, entonces bajé mis dedos por su cuello, su vientre, sus muslos, sus piernas y volví a subir esta vez con mi boca.
Ella incrementaba sus arrullos y los pezones de sus senos pequeños reaccionaban ante los estímulos de mi aliento.
De pronto se incorporó
-Quiero tocarte y acariciarte.
No podía dejar de mirarla, su visión me estimulaba, pero me dejé hacer.
Entonces, ella me acarició con su plumaje, me hacía cosquillas con su cabello y me besó con sus labios y me entreabrió con su lengua.
Era pura mezcla de estimulación sexual y visual lo que me llevó al orgasmo. Se acercó a mí y nos abrazamos, me dormí arropada por su plumaje mientras me adormilaba con sus arrullos.
La mañana me despertó, el sol veraniego inundaba toda la habitación y por la ventana abierta entraba corriente de aire.
Me incorporé sobresaltada, miré a mi alrededor, me encontraba sola en la cama, me levanté, busqué a la chica por la casa y no la encontré. Corrí a la entrada, allí solo estaban mis cosas y regresé de nuevo a la habitación.
Encontré una larga pluma en el colchón, miré la ventana abierta, mi chica ave había volado.
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